Por Carles Recio Alfaro
Rafael es un nombre que en la historia del Arte es sinónimo de coloso universal. Pero nosotros los valencianos hemos tenido hasta hace dos días entre nosotros a un Rafael que ha sido y es una verdadera gloria local. No le hemos reoconocido todos sus valores, pero esos valores están y permanecen. Se ha ido con 93 años, lo que le ha permitido dejarnos una obra variada y muy compacta.
Rafael Mocholí es un pintor que era un regalo del tiempo. Nació en una barraca en el año 1930, pero era como si hubiera nacido en 1530, en pleno Siglo de Oro del Reino de Valencia. Su destino parecía imponerle el ser llaurador, pero su espíritu tenía miras más altas y enseguida despuntó como un gran pintor de espíritu netamente autodidacta.
Hoy en día hay muchos institutos y academias que imparten enseñanzas artísticas, pero ninguna enseñanza es superable a la que te dicta el propio corazón.
Rafael empezó a pintar como un divertimento que le ayudaba a descansar de sus tareas laborales, pero muy pronto afloró en sus pinceles la más genuina maestría de l’Horta valenciana más auténtica.
La Partida de Sant Antoni de Pinedo, entre la Punta y Castellar, era un paraje idílico del que Rafael Mocholí se convirtió en notario. Porque Rafael era muy realista, pintaba lo que veía, aunque también tenía capacidad para crear un universo propio.
Los campos, las alquerías, las puertas, los azulejos, los detalles… Todo eso era lo que Rafael nos retrataba con precisión mágica. Hoy en día su Arcadia perdida está destruida. Primero lanzaron las vías del tren, luego la desembocadura del Plan Sur que se llevó por delante la ermita de San Antonio, y finalmente el Mercavalencia que se comió lo más bello del camino de los Anouers, donde él tenía su casa. Una vivienda que de barraca pasó a alquería, y después a una mansión inigualable, edificio que resiste como un titán a las expropiaciones, a las ocupaciones y a las destrucciones.
La casa de Rafael Mocholí debería ser declarada bien de interés cultural del ayuntamiento para preservar su recuerdo.
Aparte de artista y trabajador, Rafael era un convencido valencianista de los de toda la vida. Entregado a la Senyera valenciana coronada, al Regne de Valéncia como única denominación histórica y constitucional, y por supuesto defensor de la pura lengua valenciana que él mismo hablaba desde su cuna. Un hombre del renacimiento al que se le recompensó con una calle en Castellar. Podemos decir sin lugar a dudas que era el mejor ilustrador de esa Valencia tradicional que, aunque está arrinconada por esta asfixiante globalización, se mantiene incólume en el ánimo de muchos valencianos.
Quise mucho a este artista único. Pintó para mi casa una de las mejores obras de su carrera, un óvalo con una musa valenciana rodeada de los principales monumentos, una joya increíble que tituló “El Cielo de Valencia” y que preside mi salón principal. Además hace una semana en la misa de San Vicent Ferrer de Russafa, donde él pintó los lienzos del altar, tuve el gusto de abrazarle por última vez. Profundo creyente, no quiso irse de Valencia sin despedirse del patrón del Reino. En l’Oliveral deja para su parroquia unos lienzos preciosos.
Desde hacía tiempo que no lo veía, y eso era un mal indicio. No me atrevía a preguntarle a Concha, su hija, y si que vi a su elegantísima nieta en los actos festivos pero siempre era cauto al preguntar. Pero cuando lo vi a él en persona, sentado majestuosamente en una silla de ruedas, me lleve una alegría muy grande que en estos momentos se transforma en tristeza. En ese último encuentro el brillo luminoso de sus ojos claros confirmaban que aunque mayor de cuerpo, su espíritu pervivía muy joven.
Muchas gracias por todo lo que nos has dejado Rafael, porque en tus cuadros palpita para siempre tu alma inmortal.
Fotos;
Rafael Mocholí, el pasado 7 de abril de 2024, ante la parroquia de San Valero de Russafa.
“El Cel de Valencia”, pintura de Rafael Mocholí en casa de Carles Recio.